Teatro / "PETRÓPOLIS" (British Art Centre)
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La insaciable curiosidad de Oscar Barney Finn, directamente proporcional a su indetenible capacidad creativa, lo llevan a posicionar su interés sobre la atractiva figura de Stefan Zweig, escritor austríaco clave para la literatura del siglo XX, y a quien conoce a través del cine, más precisamente, gracias a "Cartas de una Enamorada", de Max Ophüls, film basado en el recordado cuento del mencionado autor.
Barney Finn, cuyo notable volumen de trabajo se evidencia en una cartelera porteña que, a lo largo del corriente año, ofrece varias de sus obras en simultáneo ("Brutus", "La Lluvia Seguirá Cayendo", "Muchacho de Luna"), adapta para la presente ocasión el texto de la dramaturga Mónico Ottino, y lo hace bajo una concepción de semi montado, cuyo interés no radica en pretender un abordaje arqueológico del personaje que inspecciona, sino indagar en las conexiones de este con el mundo de hoy, volviendo más que nunca presente su literatura, efectivo instrumento en reconstruir la memoria en tiempos de menosprecio y destrucción de valores culturales.
Por cuatro únicas funciones en la sala Victoria Ocampo del British Art Centre, los días martes, "Petrópolis" ofrece una íntima y conmovedora mirada hacia el conflictuado universo personal de un hombre de letras que desarrollara su intensa vida intelectual en el período entreguerras, ese abominable vértigo que sumió a la humanidad en el apuro de morir. A lo largo de una hora y veinte minutos, se nos revelan aspectos fundamentales de la estancia del autor en tierras tropicales, y cuya cronología se emparenta a la citada en el film "Stefan Zweig: Adiós a Europa". La pregunta, aún resuena en nuestra conciencia una vez concluida la función: ¿existe paraíso en este mundo, cien años después?
Esta superlativa pieza teatral, actuada y dirigida de forma magistral, toma su título de la ciudad brasileña, urbe imperial situada al este de Río de Janeiro, refugio en dónde el protagonista central (encarnado por Osmar Núñez) vivió hasta sus últimos días, huyendo de una Europa destinada a morir, y en la cual entabló lazos con la Premio Nobel Gabriela Mistral (interpretada por Luisa Kuliok). Inmerso en un entorno climático e idiomático ajeno, los días del crepuscular Zweig se reducían a la impotencia que siente un artista preso de los designios del poder, y camino a un trágico acto de desenlace: el suicidio mutuo que cometiera junto a su segunda esposa y también secretaria personal, Lotte (la ascendente Ligüen Pires), más de treinta años menor. La historia fue testigo del sacrificio de una joven seducida por su admirado hombre y escritor como un acto de amor llevado al extremo fatalista. Porque no se suicida quien quiere, sino quien puede.
El sentido conceptual de "Petrópolis" radica en confrontar dos concepciones diametralmente opuestas, como lo son la latinoamericana y la europea, bajo la piel de sendos literatos. La intensa, contestataria y emotiva interacción nos permite imaginar el acalorado intercambio entre la poetisa chilena, quien se encontraba en tierras cariocas desempeñándose como cónsul, y el exiliado escritor, preso de sus más profundos temores y nefastas ideas. En rigor, el lugar de exilio se convierte en el marco espacio-temporal que configura la determinante acción que no deja resquicio de retorno: se trata, en palabas de Dante, de renunciar y dejar por siempre detrás a todo aquello que se ama. Mientras Zweig se pregunta para qué quedarse adónde no se pertenece en lo absoluto. ¿Qué sentido tiene, acaso, escribir sobre los escombros y los cadáveres? ¿Quiénes querrán leer? ¿Y qué, exactamente, es lo que querrán leer? La posteridad literaria en tiempos de guerra es algo que nadie puede asegurar, se nos indica.
El escritor, interpretado por un glorioso Osmar Núñez, mira a su alrededor; sus fuerzas se han agotado y los rastros de la lengua madre por completo perdido. Traspasado de melancolía, gracias a la encomiable sensibilidad del intérprete, podemos palpar su indetenible desmoronamiento. Perseguido por sus propios fantasmas, ya ha dejado de anhelar la biografía de Balzac, transitando sus días sumido en la pena que coteja el saldo de la contienda bélica: la aniquilación ha cobrado forma de mecanización sin alma, vil, bestial e inhumana. No será su tarea contar al mundo lo que le hicieron, ni tampoco será súbdito del gran imperio. ¿Acaso la opinión de un novelista tiene importancia? La guerra seguirá igual. Su carácter, no exento de humor, picardía e ironía, no tardará en develar un costado más oscuro, contemplando la idea de un suicidio que materializa el tormento de un callejón sin salida. Las causas políticas y el horror circundante son más que suficientes como para justificarlo. Aunque partir implique llenar de culpa a quien más se amó, grabando en la retina semejante recuerdo.
Con música original de Rafael Delgado Espinoza, "Petrópolis" es calidad teatral en su máxima expresión. Tanto Kuliok como Núñez, brindando superlativos retratos, agregan otro hito a sus respectivas y prolíficas trayectorias teatrales, coincidiendo en el escenario por segunda vez, luego de "La Fierecilla Domada" (1996). En tanto que el siempre detallista y esmerado Barney Finn lleva a cabo un soberbio manejo del espacio teatral, singularmente notable en la conmovedora escena final, resultante de la síntesis del progresivo derrumbamiento de Zweig. A propósito, el estremecedor monólogo de Kuliok nos ilustra al respecto: quien repugnó la violencia y por contingencia verbal mostró su hidalguía, eligió morir bajo su propia ley, y, por pura impaciencia, prefirió adelantarse, sin llegar a vislumbrar la aurora después de una larga y oscura noche.